viernes, 10 de septiembre de 2010

Sobreviviendo con peluches

Carlos Zapata, un hombre moreno, de 58 años de edad, ha dedicado toda su vida a vender peluches en el sector de Laureles, por la falta de oportunidad de trabajo y la necesidad de conseguir dinero para poder subsistir junto con su familia.

Este hombre, que vivió en Porce hasta sus 15 años de edad, en una vereda llamada Caney, llegó a Medellín a trabajar en grandes empresas como Pilsen, Everfit y Haceb; en esta última empresa trabajó durante once años como operario y lo echaron por recorte de personal.

Entre noviembre de 2009 y Enero de 2010 el DANE (Departamento Administrativo Nacional de Estadística), analizó la tasa de desempleo en la que se encuentra Medellín con un 15,2% y con una tasa de subempleo subjetivo de 26,6%, en la que se encuentra Carlos Zapata, por ser un trabajador que buscó mejorar sus ingresos con una labor propia con la venta de peluches desde hace 14 años.

En el año 1984, cuando Carlos Zapata tenía 44 años, no le fue fácil conseguir un empleo por haber estudiado sólo hasta segundo de primaria. Decidió entonces, cargar en su hombro, en una maleta y en sus manos los peluches que ofrecía mientras caminaba en cada una de las calles del occidente de Medellín.

Cansado de la misma rutina, de caminar hasta el cansancio desde las diez de la mañana hasta las siete de la noche durante dos años seguidos, Carlos Luis Zapata, decidió buscar un punto estratégico en donde pudiera vender sus peluches en un solo sitio.

En el sector de Laureles, este hombre también llamado “Peluche” por la mayoría de sus clientes, se ganó la confianza de los habitantes del sector durante los doce años que lleva trabajando en su negocio, ubicado en la avenida 37 frente al # 75-10, por ser una persona seria, amable, respetuosa y por mostrar que quiere salir adelante con sus mejores servicios.

En el año 2008, Espacio Público le legalizó el permiso a Carlos Zapata, para permanecer en el segundo Parque de Laureles, gracias al decreto 327/97- ordenanza 18/02, que deja constancia en su carné que lleva consigo todos los días, que está autorizado a trabajar en este lugar como exhibidor de cacharrería. Todos los años tiene que legalizar el permiso mostrando la fotocopia de la cédula, las personas a cargo y el servicio público.

De lunes a domingo, con una jornada desde las nueve de la mañana hasta las seis y media de la tarde, se encuentra Carlos Zapata debajo de un árbol, parado en frente de su mostrador con una gorra azul, camisa de cuadros y un jeans pegado a sus piernas, exhibiendo balones, infladores de piscina y peluches que varían entre 12 mil y 380 mil pesos, dependiendo de su tamaño.

A las 8:30 a.m., Carlos zapata, como todos los días llega al segundo Parque de Laureles, al edificio Jardines a sacar del parqueadero del Doctor Carlos Santiago, los peluches que desde hace doce años deja guardados en un costal desde el día anterior.

Cruzando la calle, con un bolso de color azul colgado en su hombro y con un costal en sus manos, Carlos Zapata se dirige a su punto de venta a las nueve de la mañana para empezar a organizar los peluches y poderlos exhibir ante todas las personas que les llame la atención y le quieran comprar.

En silencio, esperando la llegada de clientes y nostálgico porque nadie le compró durante las horas de la mañana, “Peluche” se encuentra mirando a su alrededor que personas se están dirigiendo a él para poder vender su primer peluche del día, que había comprado desde las seis y media de la mañana en las casas de familia, ubicadas en Cabañitas, Guayabal e Itagüí, donde le venden a precio módico los peluches para que los pueda vender al doble en su negocio.

Sólo a la una de la tarde Carlos Zapata saca de su bolso la coca de almuerzo, se sienta en la manga y debajo del árbol comienza a deleitarse con cada grano de arroz y el pedazo de carne que le preparó su esposa.

Se empieza a oscurecer el cielo, Carlos Zapata estira la mano para parar el bus que pasa en su mismo lugar de trabajo. Después de diez minutos se baja en Conquistadores para coger el siguiente bus que va hacia su casa, se monta en Cumbre Trapiche de Bello. Pasa media hora cuando el bus lo deja en la Panadería Marinillos, donde le toca caminar unas tres cuadras para llegar a su casa, ubicada en la carrera 57 A # 53 A 54.

Al entrar a su casa, saluda a su esposa Miriam, una persona alegre y dedicada a su hogar, de contextura gruesa y cabello largo; a su hija Jenny Alexandra de 26 años de edad, delgada y de aspecto arrogante y su nieta Susana de 8 años a quien admira con todo el corazón por tener una sonrisa que siempre le alegra las noches cuando llega de trabajar.

A las 9:30 p.m., Carlos se dirige a su habitación, se acuesta en una cama sencilla, al lado de ella se encuentra un tocador en donde tiene un reloj para levantarse con la alarma que le suena a las seis de la mañana para dedicarse a trabajar, como todos los días, a vender peluches.

Escrito por: Érika Múnera Otálvaro

No hay comentarios.:

Publicar un comentario